Esa tarde, temblé de miedo;
no,
siempre temblaba de miedo al ver el diablo.
Él tenía ojos, nariz,
boca, y pelo negro, como yo,
y en público, él siempre decía “Gracias” y “Por favor.”
Sólo cuando él estaba solo, conmigo,
monstraba sus colmillos.
Era delgado pero fuerte—
tan fuerte que de un empujón
mi tobillo chocó contra el estante de libros;
tan fuerte que
olvidé hasta mi nombre cuando el piso besó mi frente.
Y después de mi caída,
el diablo se fue del cuarto.
Gateé hacia la esquina de la habitación.
¿Quién lo hubiera pensado que, en esta habitación vacía, me sentiría protegida con un amigo inmóvil?
Toqué la piel lisa, dura, y fresca de mi amigo inanimado.
Él fue mi único apoyo.
Que bueno.
A pesar de todos los temores en mi vida,
mi amigo siempre estaba aquí y no se movía.
Él no se podía mover.
Esa tarde, en sus brazos,
yo temblé, lloré, me calmé, me dormí, y reí
yo lloré, me calmé, me dormí, y reí
yo me calmé, me dormí, y reí
yo me dormí, y reí
Creí escuchar que mi amigo murmuró:
“Todo está bien,”
“sólo es una pesadilla.”
Yo reí.