Por Ernesto Ortiz, ’27
Esta breve ficción está basada en “Borges y yo” de Jorge Luis Borges.
A veces pienso en las dos versiones de mí mismo: la que aparece en la escuela, cuando estoy con amigos y me muestro seguro, y la otra, más escondida, que solo se deja ver en silencio. La primera es el estudiante que otros describen como extrovertido, simpático y cercano, pero esa imagen depende siempre de la confianza que ya existe. Con los desconocidos, esa seguridad desaparece y mi voz se vuelve más baja, como si hablara un extraño en lugar de mí. Ese yo público es el que conversa en los pasillos, el que se ríe en los grupos, el que encaja en el papel que esperan de él. Sin embargo, detrás de todo eso vive el otro, el que no necesita mostrarse tanto, el que se basta con música y rutinas. Ese escucha R & B, hip hop y rap todas horas, como si cada canción guardará un refugio distinto. Ese también disfruta del gimnasio, donde cada repetición se siente como un diálogo con uno mismo, lejos de los ruidos de afuera. El yo privado elige la calma y no busca brillar, sino quedarse en la comodidad de su propio mundo. Entre los dos siempre existe un choque, una especie de frontera que nunca termina de fijarse. A veces pienso que el yo público roba momentos del privado para transformarlos en gestos o palabras. Pero otras veces siento que es el yo privado el que termina dominando, reduciendo al otro a una simple máscara. No estoy seguro de cuál de los tiene más fuerza, ni de cuál es más verdadero. Tal vez ninguno lo sea del todo, porque los dos los necesitan para existir. Lo cierto es que la tensión nunca desaparece, y de esa contradicción nace algo que todavía no entiendo.
No sé cuál de los dos escribe estas líneas, si es el que todos conocen o el que se calla.