Por Emmett Burghardt, ’27
Por toda mi vida, he sido un lector ávido. Durante la infancia, me encantó “Las jirafas no bailan,” porque creía que tenía una conexión con el protagonista, Gerald. También, fui a otros mundos con “La Casa de Árbol Mágica,” “Harry Potter,” y muchísimos otros. Mi madre me leía cada noche, y recuerdo muchas lecturas de memoria. ¡Me sé cada palabra del poema “Stopping by Woods on a Snowy Evening”! La lectura me provocó una sensación de alarma y preocupación por nuestra situación, o me provocó una sensación de curiosidad, de esperanza, o de alegría. He sentido muchas de estas emociones cuando leo. Cuando leí La Odisea, me preocupé y esperé a Odiseo, y cuando leí Harry Potter, sentí una sensación de asombro. La serie me dio un pasaporte a otro mundo con dragones, serpientes gigantes y magia.
Mis gustos como lector han evolucionado para incluir textos famosos y relevantes. Cuando crecí, comencé a leer libros con impacto histórico. Por ejemplo, he leído dos libros de George Orwell, y compré otro ayer. George Orwell es un buen ejemplo de mi gusto por los libros. Leo 1984 una vez cada año. Creo que tiene algo que nuestra sociedad debería escuchar. Sin embargo, yo también he tenido experiencias con los libros que no fueran buenas. Por ejemplo, leí todos los libros de las series de Percy Jackson, pero las adaptaciones al cine me disgustaron. La forma en cual las adaptaciones habían hecho contrasta con mi imaginación y la forma en que imaginé los personajes.
En conclusión, aunque una lectura o adaptación podría resultar decepcionante, lo que más importante sobre la lectura es la conexión entre tú y los personajes, los mundos, y las posibilidades. Si perdemos esta conexión, tendremos una sociedad sin cultura, magia, y esas sin posibilidades infinitas.