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El hielo y el tiempo se derritan

por Luis Valencia Mondragón (2025)

El jugador de hockey que viaja en el tiempo: un viaje al pasado para redescubrir el amor por el juego


Mis patines raspaban el hielo mientras me deslizaba por la pista, el sonido de mi stick de hockey golpeando el puck resonaba por la arena. Mi corazón latía con entusiasmo mientras me preparaba para jugar en el partido más importante de mi vida: hace una semana me comprometí a jugar en la universidad de Harvard. Pero no sabía que mi mundo estaba a punto de derrumbarse de formas que nunca pude haber imaginado…

“Siempre fui muy apasionado por el hockey. Desde que era chico. Me destacaba en el hielo por mi habilidad y determinación, y me había dedicado por completo a perfeccionar mi técnica, para un día llegar a ser un gran jugador. Pero nunca estuve solo, ahí estuvo Dante. Aunque ya no parezca jugador de hockey, un día lo fue. Es difícil de creer, ahora que pesa más que un elefante y siempre huele a sudor. Pero es cierto, Dante también jugó, él jugaba desde antes de que yo existiera, y según mamá era muy bueno. Yo nací cuando él tenía 15. Dante fue el que me enseñó a jugar, asiste a todos mis partidos y es mi fan número 1. Dante es como mi figura paterna, ya que Miles nunca está. Solo regresa de vez en cuando. Pero no lo  recuerdo mucho, solo estuvo hasta que cumplí 5 años y desde entonces se va y viene. Arianna es una madre responsable. Ella pone a su familia y su fe por encima de todo y se esfuerza por vivir su vida de acuerdo con sus creencias. Siempre nos lleva a la iglesia cada Domingo, y ahora nos encanta ir,” 

<<¿Qué más, qué más?>>

–Vince! ¿Qué haces?

–Nada Dante, solo tareas. Tengo que escribir una página sobre mi vida y la vida de mi familia.

–Pues ponte a trabajar, hermanito, todo lo que necesitas ahora son buenas calificaciones.

–Lo sé, lo sé.

Se escuchó un sonido de timbre, pero era raro, no tenemos muchas visitas y menos los domingos entonces me pregunto quién podrá ser.  

–¡Niños! Vengan ahora mismo. Su padre regresó

No lo podía creer, Dante y yo corrimos fuera de mi cuarto, y  por el estrecho y desordenado pasillo de la casa. Mis ojos se mueven de un lado a otro mientras esquivo montones de ropa y montones de cajas de cartón que bordean el estrecho pasillo. Estoy usando una camisa gris y un par de jeans, mis pies golpean las desgastadas tablas del piso. Cuando llegamos al final del pasillo, bajo las escaleras de un salto, de dos en dos. Las escaleras son empinadas y rechinan mucho. Bajo a toda velocidad los escalones restantes. Pasamos por la sala de estar y admiro el sofá moderno, la mesa de centro chueca, llena de revistas y latas de refresco vacías. El papel tapiz descascarado y la alfombra manchada. Aumentan la sensación de abandono y decadencia. Estamos llegando a la puerta principal, donde veo a un hombre alto y fuerte abrazando a mamá, noto los retratos familiares descoloridos que cubren las paredes, cada uno más torcido que el anterior. Una lámpara parpadeante proyecta sombras extrañas, y un olor a humedad persiste en el aire. Por fin Dante y yo llegamos a la entrada. 

Ahí estaba, era el soldado, era Miles, era papá. Pero al mismo tiempo no lo era. Se veía diferente. Él no es el padre que recuerdo. 

Meses pasaron y supe que papá se quedaría y nunca volvería a abandonarnos. Pero sigue siendo el soldado. 

–¿Quién ganó? 

–Nosotros, papá.

–¿Como te fue?

–Bien, metí tres goles.  

–Excelente.

Dante llegó corriendo de la cocina.

 –Vincent, ¡adivina qué llegó! 

Ahí estaba, la carta de Harvard, la carta que me diría quién soy, la carta que determinaría todo mi futuro. Y me congelé, mirándolo, el papel blanco, grueso y afilado, con esquinas filosas.

–¡Vince! ¿Me escuchaste?

–Síííí, perdón.

Le arrebaté la carta de las manos y la abrimos juntos todos. Y ahí estaba la gran palabra, “Congratulations” Dante y mamá gritaban como locos, papá me agarró del hombro y mirándolo a los ojos me dijo   

–Felicidades hijo, estoy muy orgulloso de ti.

Y en ese momento me di cuenta de que ya no era el soldado.

Estábamos en la cima del mundo. Dante conducía por la carretera, con el viento en nuestras caras, bebiendo, y “You Shook Me All Night Long” , por AC/DC sonando a todo volumen en las bocinas. Hace solo unas horas acababa de recibir la noticia de que fui reclutado para jugar hockey en la Universidad de Harvard, un sueño hecho realidad tanto para mi como para Dante. Mi hermano y yo estábamos tan absortos en la emoción que ni siquiera nos dimos cuenta de lo rápido que íbamos. Nos acercamos a una intersección muy concurrida, el semáforo se puso amarillo y Dante dudó un momento antes de decidirse a acelerar a través de la intersección. Hubo un silencio, se sintió casi como si el tiempo se detuviera, hasta que de repente un automóvil se estrelló contra nosotros, Dante perdió el control y ambos nos agarramos. El vidrio se hizo pedazos, el metal se retorció y el auto patinó hasta detenerse, salía humo. Estaba mareado, no podía mover mi tobillo, pero estaba consciente. Voltee a Dante, pero no se movía, tenía la cabeza caída hacia adelante y la sangre brotaba de una herida en su frente. Traté de despertarlo, pero fue inútil.

Lo abracé, lo abracé lo más duro que pude, le grite;

–Dante, p-porfavor despierta, te necesito. Por favorr.

Las sirenas aullaban a la distancia cuando los paramédicos llegaron a la escena. Sacaron a Dante de los escombros y trabajaron incansablemente para resucitarlo, pero ya era demasiado tarde. Había sufrido un traumatismo craneal severo y el impacto fue demasiado para su cuerpo. observaba con horror cómo declararon muerto a mi hermano.

Este fue el peor día de mi vida. Perdí a mi hermano, mi mejor amigo y mi modelo a seguir. Estaba atormentado por la culpa, preguntándome si pude haber hecho algo para evitar el accidente.

Después de unas semanas por fin me quitaron el yeso, me dijeron que ya podía regresar a patinar… Eso fue hace dos meses. Papá y mamá no hablan mucho del accidente, ya casi no hablan, papá regresó a ser el soldado, y mamá lloraba cada día. Empezamos a tener problemas financieros, mamá y papá empezaron a pelear casi todos los días y yo apenas comía. Me sentía abrumado por una profunda tristeza y depresión. Me sentía perdido y solo, luchando por aceptar la realidad de la muerte de Dante. Cada día se sentía como una lucha, y me hundía cada vez más en la desesperación. Las cosas que solían darme alegría y felicidad, como el hockey, se sentían vacías y sin sentido. Mi mente estaba constantemente llena de pensamientos de lo que podría haber sido. Mis papás intentaron, al igual que amigos, hacer todo lo posible para apoyarme, pero solo sentía que nadie entendía realmente lo que estaba pasando. intentan animarme o distraerme, pero era imposible escapar de la abrumadora sensación de dolor que me consumía. Comencé a retirarme del mundo, pasando cada vez más tiempo solo en mi habitación. Deje de contestar llamadas y mensajes de amigos, prefiriendo quedarme solo con mis pensamientos de él. Perdí interés en todo, incluyendo mi amado hockey. Pasaron otros dos meses y me sentía igual, quizás peor. Hasta que me llegó un aviso en mi celular. “Mañana Cumpleaños Dante, 33” me congelé, otra vez, pero esta vez no me sentía triste, ni feliz, me sentía ambos al mismo tiempo, es como si existiera un espacio blanco entre esos dos y yo estuviera actualmente en él. Decidí salir de la casa, por primera vez en mucho tiempo. Agarré las llaves del automóvil y empecé a conducir, sin idea a dónde ir, sin idea de dónde estoy. Llegue a un edificio grande y abandonado. Pero se veía muy familiar. Hasta que recordé, era la pista donde Dante aprendió a patinar, la misma pista donde me enseñó por primera vez. Estaba abandonada pero el hielo aún estaba intacto. Entré y no vi nada más que un puck tirado en el centro del hielo. Regresé al auto sabiendo que mis patines y stick de hockey estaban en la cajuela, así que los agarré, volví a entrar, me puse los patines y justo cuando iba entrando al hielo escuché una voz que me hablaba. Volteé y vi a un anciano, pequeño y flaco con una larga barba blanca y un sombrero.

–Yo no haría eso si fuera usted.

Sin dudarlo, simplemente seguí, patinando directamente hacia el puck, cuando me acerqué me di cuenta de que no era un puck ordinario, estaba brillando y tan pronto como lo toqué vi una luz brillante y todo se oscureció. Abrí los ojos y escuché una voz

–Oye amigo, ¿estás bien?  Lo vi caerse bastante mal.

–Sí, estoy bien, gracias.

–¿Cómo te llamas?

–Vincent.

–Genial, oye, tengo un par de patines extra y stick ¿quieres ir a patinar conmigo?

–Mhmm no lo sé, no estoy realmente de humor.

–Vamos, será divertido, además es mi cumpleaños.

–Bueno, está bien, vamos.

Y lo hicimos. Cuando pisé ese hielo, sentí una mezcla de emociones; miedo, tristeza, pero también un rayo de esperanza. Cuando di esos primeros pasos, me sentí familiar, el aire en mi rostro y el viento en mi cabello. Empecé a patinar cada vez más rápido, sintiendo las cuchillas de hielo cortando el hielo con facilidad. El sonido de las cuchillas tallando el hielo era como música para mis oídos. Me di cuenta de que había extrañado este sentimiento: la libertad de movimiento, la descarga de adrenalina y la emoción del juego. Me sorprendió al sentir una sonrisa en mi rostro. Volví a sentirme feliz, aunque sólo fuera por un momento. Comencé a patinar más y más rápido, mi mente comenzó a aclararse, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía respirar de nuevo. Todo el dolor y la tristeza que había estado cargando durante tantos meses se desvaneció. Y todo gracias a este niño, un niño desconocido me divertí, nunca me había sentido tan libre, tan feliz. Me sentí igual que cuando aprendí a patinar con Dante. Me di cuenta de que mi hermano Dante todavía estaba aquí. Cada vez que pisaba este hielo, sentía que estaba honrando la memoria de mi hermano. Este amigo me ayudó a recordar a mi hermano, y me di cuenta de cómo honrarlo.

Hasta que me detuve, volteé a mi alrededor y me di cuenta de que era el mismo edificio abandonado, solo que esta vez se veía nuevo la pista brillaba, y algo no estaba bien.

–¡Dante! ¡Danteee!

Volteé y los vi, eran mamá y papá, pero se veían diferentes, eran mucho más jóvenes y delgados. Se veían bien. Pero no lo podía creer cuando me acerqué a ellos cuando sentí que alguien me tocó el hombro. Volteé y era el amigo con el que estaba patinando.

–Ahora vuelvo mis padres me están llamando, pero ten, puedes seguir jugando.

Me dio un puck, era el mismo puck que había visto antes, el puck que brillaba.

Pero lo sabía, este no era cualquier niño, era Dante. Lo abracé y lo abracé hasta que lo solté.

–Gracias, por todo.

–No hay de que, eres muy bueno, sigue trabajando asi y algun dia llegaras a la NCAA.

Sonreí y lo volví a abrazar sabiendo que no lo volvería a ver. lo solté, fui hacia el puck y lo toque con mi stick. Volví a sentir esa sensación, vi esa luz brillante y luego oscuridad. 

–¿Está usted bien?

Abrí los ojos y era el anciano estirando su mano para levantarme.

–¿Qué acaba de ocurrir?

–Usted sabe qué ocurrió.

–Eso fue un sueño o realidad?

–Porque no pueden ser ambos?

Se dio la vuelta y se fue, desapareció y nunca volví a ver al anciano.

A partir de ese día, me hice una promesa a mí mismo; seguir jugando, seguir honrando la memoria de Dante y nunca permitir que el dolor de su pérdida me impida viviera mi vida al máximo. Sabía que no sería fácil, pero estaba listo para intentarlo. Y con cada día que pasaba, me sentía un poco más fuerte, un poco más feliz y un poco más en paz… Esta experiencia de mi vida, me demostró que, incluso cuando todo parece perdido, siempre hay una forma de recuperar lo que se ha perdido. Con el apoyo de aquellos que te aman.


Meses después…

–Hijo, ¿qué tal tu primer día en la universidad?

–Nada mal, el coach de hockey nos pidió que escribiéramos una página de lo que sea. Es algo extraño porque no es profesor.

–¿Y de qué vas a escribir?

–Aun no lo sé

–Pues, buena suerte, estoy seguro que pronto lo sabrás.

–Sí, gracias papá.

Entonces agarré mi lápiz y empecé a escribir; “Mis patines raspaban el hielo mientras me deslizaba por la pista…”