por Benjamin Siegel, ’24
La niña, una de los dos niños jugando cerca del Painala en la costa del Golfo de México es la hermana de Cayo e hija de Mazatl. Dado que su nombre, Metzli, significa pelo negro, su cuerpo se mezcla con la obscuridad del bosque. A su lado, el pequeño Cayo camina con su rostro iluminado por los reflejos de la luna sobre el río brillante. Cuando se aproximan a la casa, los dos, caminando en el bajío del río, se entristecen porque su tarde divertida está llegando a su fin. Momentos después, se acercan a la parte del río que gira a la derecha bruscamente. Pueden ver claramente su casa con la puerta pequeña y el jardín con un pozo al frente. Está oscura, pero el beige de la casa contrasta con el cielo nocturno. Para gozar de un momento más antes de su llegada, Cayo salta al río burbujeante. Curiosamente, el río lo barre y Cayo balancea sus brazos mientras el hombre barbudo lo sumerge. Repetidamente el hombre empuja la cabeza en el agua. Cayo era un buen nadador, pero los rápidos no tienen piedad. Su hermana grita, pero no hace nada porque no quiere ahogarse como su hermanito. Sin pensar en el hombre barbudo, y más en ella, en lugar de salvar a su hermano ella misma, pide misericordia. Sabe en el fondo que no le van a dar misericordia, pero hacer algo es mejor que nada. En un ultimátum inesperado y demasiado tarde, el hombre barbudo le da una tarea a Metzli a cambio de la vida de su hermano. Dos vidas por una. Mientras miraba la agitación en el agua y con su corazón debatiendo, parecía como si el hombre se hubiera desaparecido. Ella buscaba los colores vibrantes de la ropa de Cayo bajo la jaula de vidrio. Nada aparecía.
Sola y loca ella corre a casa con una flor aplastada en la mano. La flor, atropa belladonna, de morado hermoso, le irritaba la mano. Con cuidado de no tocarse la cara y las lágrimas, Metzli termina el corto paseo. Antes de entrar por la puerta pequeña ella hace una parada en el jardín. Con ambas manos recién libres Metzli abre la puerta desgastada.
La mañana siguiente se despierta en una casa inusualmente silenciosa. Su boca seca está anhelando la horchata deliciosa por la que siempre se despierta, camina cuidadosamente para evitar las habitaciones de sus padres y evadir el creciente olor a muerte, Metzli sale de la casa. Con lágrimas que caen por su rostro, ella hace un paseo corto por la curva en el río. Cuando viene a la parte correcta, solo se ven los colores de la camisa de su hermano escondiéndose en el bajío. Con una soledad en la mente, recuerda su horchata perdida.