Por Eva Westphal
Cuando la gente me mira, automáticamente borran una parte fundamental de mi identidad, asumiendo que he crecido con tradiciones que nunca he conocido – creen que las únicas palabras que he aprendido han sido en inglés.
Pero soy latina.
Por supuesto, es verdad que tengo piel blanca, ojos claros, y pelo liso, y aunque estas características han definido mi privilegio, no narran mi historia. Mi madre, con sus ojos oscuros y pómulos altos, con el ritmo de una bailarina de salsa, con el acento de una de esas bellas actrices que se ven en la televisión – ella ha formado mi identidad mucho más que la palidez de mi piel. Mis primeras palabras y los primeros pensamientos en mi mente se formaron en español. El sabor de arroz y frijoles nunca ha sido ajeno para mí. Puerto Rico se sentía como un segundo hogar para mí durante la mayor parte de mi infancia, y creo que no podría imaginar mi vida sin las diferentes culturas que han afectado mi vida.
No puedo decir que he tenido luchas similares como las de mi abuela, o incluso mi madre. Nunca me han cuestionado mi derecho de estar en este país solamente porque soy latina. Nunca me han dudado el potencial ni la inteligencia, solamente porque soy latina. Mi piel blanca es, será, y siempre ha sido un escudo, una red de seguridad, y un privilegio.
Pero mi identidad importa mil veces más que el color de mi piel; soy latina porque la casa de mis abuelos en Puerto Rico siempre ha sido mi casa también, porque sé el valor de la cultura, porque nunca voy a definirme como “All American,” porque nunca me miro en el espejo y, ni siquiera por un segundo, borro parte de mi propia historia. La mitad de mis genes vienen de Colombia y de Puerto Rico, de música bella y de culturas vibrantes, de inmigrantes, de un pueblo que persevera a través de los momentos más difíciles.
La mitad de mi es latina, así que soy latina.