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Posted on Oct 12, 2020 in Arte, Voces

Metamorfosis: Un cuento colaborativo inspirado por Julio Cortázar

Metamorfosis: Un cuento colaborativo inspirado por Julio Cortázar

 

por Cece Zinny ’21, Grace Albright ’21 y Jeanna Shaw ’20

 

Hoy morí mientras sigo viviendo. Conduje al veterinario de Milton con mi perrito enfermo. Aunque era como mi hijo, no había ni siquiera una lágrima en mi cara. Yo sabía que era mejor sacrificarlo en lugar de dejarlo sufrir en su vejez. Abrí la puerta del veterinario con nudillos blanqueados y mi perrito precioso sostenido contra mi pecho. Los olores del alcohol y otros animales flotaban en el aire. Yo entré en el cuarto de eutanasia. Me preparé para saludar, para soltar mi perrito precioso. Me senté en una silla de plástico y miré a mi perrito. Sus ojos marrones parecen cansados. Deseé que pudiera entender lo que comunica esos ojos llenos de amor. Sin embargo, aunque nuestras almas fueron tan cercanas, sus pensamientos y sentimientos existían en un reino diferente. Quería decir adios a mi mejor amigo, y deseé que él me entendiera. Decidí abrazarlo porque sabía que la conexión entre nuestros cuerpos sería suficiente. 

El asistente interrumpió mi momento de conexión interpersonal. Ella me guió a un cuarto pequeño abajo del corredor. Mi perrito tembló en mis brazos – él reconoció el olor familiar del veterinario, donde había visitado muchas veces este año – y yo lo abracé más fuerte. Entramos al cuatro y la mujer sugirió que me senté. Sacudí mi cabeza. No quería mirar por una distancia – quería estar con mi perrito en sus momentos finales. Caminé hacia la mesa y puse mi perrito en la mesa cuidadosamente. Lo besé y lo acaricié suavemente. Aunque traté de ser fuerte, no podía mirar lo que iban a hacer. El veterinario recogió la inyección y lo preparó. Pasó la aguja por una bolita de algodón con el alcohol, y se acercó a la mesa con mi perro. Yo cerré los ojos cuando el veterinario preguntó si fuera listo. Imaginé a mi perrito, mi precioso, mi familia. Mis sentidos y mis sentimientos se superpusieron, y me sentí los paredes de mi mente cediendo. El veterinario movía la inyección hacia el perrito. Estuve súper estimulado; las luces destellaron, los sonidos de hospital crecieron, y más importante, los olores intensificaron. Yo tropecé y sentí la inyección perforar vagamente mi brazo extendido. Me caí.

Era como si pudiera ver los olores; de repente yo tenía sinestesia. El olor de alcohol flotó a través de la oscuridad, y vi líneas dentadas de azul y negro. Todos mis sentidos fueron aumentando. Aunque esta oscuridad y la visión hipnótica de mi subconsciente me desconcertaron, mi consciente interrumpió mi tranquilidad. Algo me convino mover. Me crispé, y abrí mis ojos lentamente. El veterinario me miró inquisitivamente. De repente, me percaté que estaba en la mesa y me situé en mi lado. No entendí por qué estaba en la mesa si, minutos en el pasado, había sido en pie. Pero cuando traté a girar mi cabeza, un dolor penetrante superó mi movimiento. Cerré los ojos otra vez, y vi los espirales fascinante de los olores del hospital. Yo encontré la paz en mi subconsciente; el dolor de mi cabeza bajó. Ojos cerrados, podía oler el algodón del suéter del veterinario. Mi nariz pintó una imagen de la carnicería calle abajo, de los flores afuera del edificio, del alcohol en alguna aguja, de la muerte. Los olores me hacían mareado, hasta que no podía escuchar mis propios pensamientos. En el fondo de los olores, había un gruñido cerca del suelo y el jadeo de algún animal grande. El aroma de su sudor y lágrimas ocultas entraron en mi cabeza y supe que era deprimido. Abrí mis ojos otra vez y grité: ¡Este animal tiene mi cuerpo, mi cara, mi vida! Sin embargo, lo que escuché no era un grito sino un ladrido patético que inspiró compasión indeseada. Mi cara me vio y vi mi cara. El veterinario se acercó otra vez, y olí el olor de isopropyl y algo tóxico, asqueroso y mortífero. Estos olores infectaron mis ojos, agobiándome con una sensación aguda. No podía manejar los sentidos tan fuertes. Palidecí, pero ni siquiera pude moverme un pie sin pena grandísimo. Los guantes de plástico me empujaron lentamente hacia la mesa fría y una daga microscópica me violó. El olor extranjero entró en mi cuerpo, a través de mi pelo, mi piel, mis músculos, y mi corazón. Mis párpados se cerraron última vez en un delirio fantástico. Todos los olores desaparecieron y vi la sombra de una luz severa. Abrí mis ojos y una lágrima cayó en el cadáver que contaminó la mesa de examinación.