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Susurros y sombras

de Luis Valencia Mondragón (2025)

NOTA: este cuento tiene influencias de algunas lecturas del curso, en especial los siguientes cuentos: Los censores de Luisa Valenzuela, Aura de Carlos Fuentes, Axolotl, La isla a mediodía, , La noche boca arriba de Julio Cortázar, Doblaje de Julio Ramón Ribeyro, El ahogado más hermoso del mundo de Gabriel García Márquez y Como agua para chocolate de Laura Esquivel

Desesperado y cansado, llevo días sin dormir, pero necesito saber si Tita está bien. Está prohibido intercambiar cartas con los “enemigos” ya que Tita es mexicana y yo español. Lo llaman “censura”. Nos conocimos en una boda. La de su hermanita Irene y mi hermano Adrián. Pero desde el día que la vi por primera vez supe que la amaría.

Recuerdo que nuestras últimas palabras antes de regresar a nuestras tierras fueron sobre nuestro amor. Recuerdo cómo me pregunto si siempre la amaría:

—¿Aunque envejezca? ¿Aunque pierda mi belleza? ¿Aunque tenga el pelo blanco?

Y yo solo le respondí:

 —Siempre, mi amor, siempre.   

Nos conocimos en un pequeño hotel cerca de Charing Cross y supe que nunca encontraría a nadie como ella. Tita  parecía como si estuviera hecha de susurros y sombras. Sus ojos, oscuros y profundos, parecían contener los secretos de los siglos y los anhelos más oscuros del alma humana. Su figura esbelta y etérea parecía fundirse con las sombras, como si fuera parte de un sueño del que nunca quisieras despertar. Tita poseía una belleza trascendental, como si estuviera impregnada de un magnetismo sobrenatural que te deja sin aliento. Nuestro sueño es vivir en la ciudad australiana de Sidney. En donde no existen los censores y hay libertad incondicional. Antes de que me regresara a España y ella a México, prometí que la volvería a ver. Y que no nos intercambiaríamos cartas por las consecuencias que vendrían. Hace 3 días mandé la carta, y me he arrepentido desde entonces. La condené al mandar esa carta. Pero debo corregirlo. Debo hacer esto bien. Debo tener éxito. Por mí, pero también por Tita.  Entonces me desperté a las 3 de la mañana y me fui de camino al primer vuelo de ida a México. Sé que tenía tiempo ya que las cartas tienden a tardar una semana o más para que lleguen.  Me subí al avión sosteniendo mi equipaje en una mano y mi pase de abordar en la otra. El sonido penetrante de los motores me fastidia. Noté un olor distintivo en la cabina, una mezcla de limpieza y un ligero aroma a plástico que llenaba el aire. Mientras caminaba, veía las filas de asientos alineados a ambos lados del avión. Mientras caminaba hacia mi asiento, veía a varias personas a mi alrededor: familias conversando, viajeros solos enterrados en sus libros y parejas agarradas de la mano en sus asientos. Se elevaban muchas voces, y de repente un grito ocasional de un niño llenaba el espacio. Finalmente, llegué a mi asiento. Noté la textura suave de los reposabrazos mientras me relajaba. Antes de quedarme dormido, miré por la ventana y me llamó la atención…

Pero lo supe. Lo sabía, sentía que algo no estaba bien.

Durmiendo en paz y tranquilidad, hasta que un viento agitó el avión. Mi corazón se aceleró al instante. Pánico y confusión infiltraron el avión. Gritos de sorpresa y miedo llenaban el aire, mezclados con el sonido metálico del equipaje que empezó a caer. Miré por la ventana y noté el cielo azul más que nunca, nubes grises y oscuras. Pude ver a lo lejos en la distancia como una isla que se empezaba a formar. Cada segundo que pasaba más y más el avión se desequilibraba, y mientras yo me agarraba a mi asiento, lo más duro que pude. Lo único en que pude pensar era en Tita. De nuevo miré por la ventana y noté que la tierra se acercaba rápidamente. Cerré los ojos hasta que escuché como si una gran explosion ocurriera. Abrí los ojos y supe que algo no estaba bien. Mi cuerpo sufriendo de dolor, mientras salía entre los restos del avión. Volteé atrás y vi como una vez el magnífico avión estaba hecho pedazos a lo largo de la playa de arena dorada. La arena que rozaba mi cuerpo se sentía caliente, como si estuviera echa de pequeños fragmentos de vidrio, mientras me arrastraba hacia la costa. Podía sentir el peso de la situación arrastrándose con cada movimiento. 

Observé algo único y extraño mientras me acercaba a la orilla del agua. Una  criatura Distinta flotando suavemente a través de los choques y escombros, flotando en el agua turquesa poco profunda. Vi una  forma distinta anfibia que se destacaban entre el caos. Vi un cuerpecito rosado y como translúcido. Noté que a ambos lados de la cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral. La boca estaba disimulada por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño considerable. Fue su quietud lo que me hizo inclinarme fascinado. Oscuramente me pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente. Supe que era él.

Lo miré sin mover un músculo, y noté que algo estaba bien, lo sabía y lo sentí que por fin era yo. 

Vimos que el sol estaba bajo el horizonte, soltando un brillo extremo sobre la playa. El sonido claro de las olas llenaba el aire. De repente, escuchamos ruidos de tambores en la distancia, volviéndose más fuertes con cada segundo que pasaba. A medida que el sonido de tambores se hizo más intenso, gritos comenzaron a mezclarse con el ritmo, creando un eco que atravesaba la calma pacífica. Mis ojos se abrieron con terror mientras luchaba por levantar mi cuerpo, aterrado y sin saber qué estaba causando el ruido. Noté que unas figuras comenzaron a emerger a los bordes de la playa, cargando hacia mí con una velocidad intensa. Se movían con una fuerza primaria. E iban vestidos con ropa coloridas, parecía tribal, con sus caras pintadas con símbolos brillantes.

Las figuras se acercaban más y más a mí. Antes de que comenzara a comprender la situación, su canto se volvió más fuerte y más siniestro. Note un olor distinto, un olor a guerra. Vi como uno de ellos llevaba un palo de madera, cubierto de plumas, lo bajó rápidamente y me golpeó en la cabeza, noqueándome…

No lo podían creer. Lo vi, en sus caras, esa expresión de “No sólo era el más alto, el más fuerte, el más viril y el mejor armado que habían visto jamás, sino que todavía cuando lo estaban viendo no les cabía en la imaginación”

Los escuché hablar en su lengua distinta, pero ahora yo también hablaba esa lengua: 

– Tiene cara de llamarse Esteban. 

Escuché como alguien exclamó:

​​- ¡Bendito sea Dios –suspiraron-: es nuestro! 

Los miré mientras me montaron en un tipo de camilla. Vi cómo se llevaron mi cuerpo lejos de donde el choque ocurrió. Vi cómo se hacían más y más chicos mientras me llevaban hacia la selva. Hasta que ya no pude verlos y me dejaron ahí solo. Sabía que ese era el fin, que nunca iba a despertar, y que estaba a punto de ser sacrificado para sus dioses. Era el fin de él, pero no de mí.