Intercambio 2013

Estaba nerviosa sobre dos cosas cuando salí para España: hablar un lenguaje con el que no estaba totalmente familiarizado, y vivir con una familia que de verdad había emparejado con la mía solamente porque alguna persona dijo que a ella le gustan The Smiths y la comida asiática. El primer asunto fue difícil, pero el segundo—el de mi familia española—fue probablemente la mejor parte del intercambio desde el momento que yo besé a cada miembro en la mejilla de manera muy torpe y muy americana, como me dijeron después.

Tengo una rutina muy específica y el concepto de pasar un mes viviendo la vida de otra persona fue absurdo. No obstante esto es, en parte, la razón que tuve para participar en el intercambio. Creí que yo necesitaba un cambio. Por consiguiente, estaba ansiosa y me imaginaba lo peor. Diseccioné la carta que me había mandado Elena, buscando los significados más negativos de sus palabras. Antes de haber desembarcado del avión al aeropuerto de Madrid, ya deseaba volver a Boston.

Mi primer encuentro con mi familia, sin embargo, me alegró. Elena, su hermana mayor Diana y sus padres Sara y Jorge me esperaban con sonrisas y señales. Dentro de los primeros cinco minutos, fui abrazada doce veces (“Hemos estado estudiando la manera americana,” Diana me dijo con bastante orgullo) y mi español aturullado había sido lisonjeado tantas veces que, por un momento, me olvidé de mi acento terrible. Además ellos me dieron unos pasteles y una manta, creando un desafío bastante grande para llevar todo eso con una maleta. La familia de Elena me dio tantas atenciones que para cuando llegamos a su casa, no me sentí como una extranjera sino una hija con un entendimiento cuestionable del lenguaje.

En el mes que viví allá, su hospitalidad siguió creciendo. Volvía a casa después de una excursión con Elena, y encontraba regalos pequeños, como recuerdos o paquetes de galletas, encima de mi cama. La familia se expandió fácilmente para incluirme en sus conversaciones y sus actividades. Ellos me llevaron a los restaurantes más escondidos de las calles más ocultas de Madrid, y me enseñaron lecciones valiosas como la manera correcta de guardar la mochila en el Metro. Me presentaron a los abuelos de Elena y me mostraron las mejores vistas arquitectónicas de le ciudad (Sara y Jorge son arquitectos). Los dos se quedaron despertados después de la medianoche para hablar por Skype con mis padres y para decirles que soy “daughter especial? Eso es correcto?”

Cuando acabó el mes de junio y Sara, Jorge, Diana, y Elena me habían dado sus últimos “abrazos americanos”, casi me sentí perdida. Volver a mi familia en Boston sentía bien pero faltaba una cierta recepción española. Esperé casi dos días antes de abrir mi maleta y cuando lo hice por fin, siete tabletas de chocolate y una docena de galletas españolas, que habían escondidos con cuidado debajo de mi ropa, se cayeron al suelo.

Elena ha venido y se ha ido otra vez, y ahora puedo ver que ella es una de mis mejores amigas, a pesar de mis dudas al principio. Todavía tengo dos de las tabletas de chocolate de España y todavía recibo correos electrónicos de Sara por lo menos una vez cada dos semanas. Creo que, al fin y al cabo, mi parte favorita del intercambio fue saber que no sólo tenía una amiga en España sino también una familia entera. Espero que Elena sienta igual, y ya tengo celos de vosotros quien podéis ir este año en el intercambio. ¡Disfrutad!

Por Katie Berry