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Posted on Jan 21, 2014 in La Voz de Milton, Mundo, Voces

“Memorias de protesta”

El mundo sigue dando vueltas

Bien decía Rousseau,  “Ofrecemos nuestros sentimientos cuando hablamos y nuestras ideas cuando escribimos”. (Rousseau, Jean J.  dans, Essai sur l’origine des langues, …   « L’on rend ses sentiments quand on parle et ses idées quand on écrit ») Las ideas se transforman cuando adquirimos la capacidad de analizar diferentes perspectivas. Quizás por causas del destino nací en un país en el que la guerra civil subyugaba y aun hoy no ve su fin. He vivido ahí la mayor parte de mi vida. La memoria más fuerte y clara que guardo de mi niñez se remonta a cuando yo tenía 4 años. Mi padre tenía un taller de electrónica en un local que era parte de la casa. Un día cualquiera estaba en casa con mis padres y mis 9 hermanos, ésta quedaba en el centro de una ciudad llamada Popayán. De pronto se escucharon explosiones en la calle, gritos de mucha gente, gran alboroto que se aproximaba a mi casa; yo estaba jugando en el piso y quise salir a mirar lo que pasaba pero alguien no me permitió llegar hasta la puerta… yo logaba ver muy poco desde la sala, donde esperaba impaciente con mis hermanos para saber lo que pasaba, segundos después una estampida de personas corría desesperadamente por las calles en medio de cortinas de humo, (años después supe que ellos eran estudiantes universitarios en una protesta), un grupo de ellos se entró a mi casa, todos muy agitados buscando refugio, algunos con piedras en las manos, ellos junto con mi papa cerraron todas las puertas y ventanas de la casa. Se escuchaba las botas de soldados que marchaban al mismo compas. Dentro de mi casa apagaron las luces mientras se escuchaban susurros, llanto y lamentos de algunos estudiantes que habían sido golpeados y de mis hermanos asustados; recuerdo secuencias de imágenes, como si se tratara de una película, las voces en la oscuridad mandaban a callar… “shhhhh cállense” y mi voz desde un rincón del cuarto preguntaba “¿Por qué?”, “cállense” susurraba alguien y mi voz susurraba de nuevo “¿Por qué?”.

“No puedo respirar” empezó a decir alguien en el cuarto semi-oscuro, poco después, en medio del terror, me di cuenta que la garganta y los ojos me picaban, yo tampoco podía respirar… mis hermanos lloraban, nubes de “humo” se habían filtrado por los intersticios de las puertas y ventanas, era gas lacrimógeno, mi mama corría desesperada con toallas mojadas tratando de ponerlas en las narices de su preciada colección de hijos, de los diez pequeños yo era el menor, pese a la poca luz, vi por primera vez que mi madre y mi padre también “sabían llorar”, nunca lo hubiese imaginado… a mi mamá las lágrimas le brotaban de manera desbordante por los ojos, como arroyos desbordados que desembocaban al pecho; yo necesitaba aire,  y no entendía por qué mi mamá me ponía esa toalla mojada en el rostro… creí que trataba de matarme, pero no entendía por qué,  nada tenía sentido, años después supe que se usan toallas húmedas es para filtrar el aire y el gas lacrimógeno.

Podríamos decir que este tipo de protestas se repetían de vez en cuando, cada dos o tres años, pero en particular, 15 años más tarde en agosto de 1989, cuando los estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá, se tomaron la torre central de la facultad de medicina, en protestaban por la privatización de la institución, yo prestaba servicio militar obligatorio. Ese día me sorprendí a mí mismo avanzando con fusil en mano, marchando al mismo compas con otros 500 soldados, disparando gases lacrimógenos y decididos a derrumbar las barricadas de pupitres que los estudiantes habían levantado para que no los sacáramos del edificio. Esta vez yo tenía una máscara antigases que apenas me permitía respirar. Yo creía que los estudiantes eran delincuentes que se oponían a un gobierno justo.

Sólo un par de años más tarde, en 1991, siendo estudiante de ingeniería Civil en la Universidad del Cauca, aprendí sobre la construcción de represas, carreteras y puentes, pero también, aprendí a construir barricadas con los cientos de pupitres que sacábamos de los salones de clase. Erguíamos  represas contra el ejército que trataba de desalojarnos del claustro de Santo Domingo… “ellos”, cumplían órdenes; “nosotros” actuábamos en protesta contra las nuevas políticas gubernamentales, y en defensa de la educación pública les arrojábamos de vuelta sus (granadas) bombas lacrimógenas, seguidas de unas cuantas piedras, pues defendíamos el ideal del derecho a Universidad Pública. Yo creía que los soldados eran unos salvajes ignorantes que obedecían órdenes sin pensar en las reales consecuencias.

En este momento de mi vida, mi corazón sigue sufriendo por las injusticias, y penas que azotan mi país de origen, sin embargo, si alguna cosa agradezco al destino es que, hoy no soy yo quien firma papeles para despojar al pueblo de sus derechos fundamentales, ni soy yo el que ordena enfrentamientos entre soldados que sólo cumplen ordenes, en algunos casos contra estudiantes que luchan por causas dignas; ni soy yo el que coordina operativos inhumanos que atentan contra integridad de ciudadanos viejos, jóvenes y hasta niños, que bien podría ser uno de nosotros. Tristemente ahí todavía hay gases en el aire, susurros, lamentos, la sangre corre, la guerra no ha terminado.

La vida me ha llevado a ocupar diversas posiciones en este gran juego. He sido el niño agredido, el soldado que defiende su patria agrediendo a su pueblo y el estudiante que lucha por el derecho a una educación. Ahora en Milton Academy, vivo una nueva experiencia, aquí los gases lacrimógenos son desconocidos y los estudiantes no necesitan defender sus derechos arrojando piedras o sujetando fusiles. Creo que las prioridades en esta comunidad son muy diferentes, hay nuevas perspectivas de conciencia donde aprender a usar la pluma, en armonía con la justicia, puede traer grandes soluciones.

Señor Díaz